Cuando desperté... ya no estabas. Busqué en el cajón y encontré un destello del recuerdo de tu olor. Al mirar por la ventana la lluvia me escupió con cierta ironía y los cristales de mi habitación reflejaban tímidamente tu rostro en el que se esculpía una tímida sonrisa. Mis demonios querían hacerme creer que ya no volverías, pero algo en mi interior decía que en tu mente mi recuerdo prevalecía.
Salí de mi casa con un rostro nada común en mí, las mejillas enrojecidas y la cara iluminada cual estrella que nace en el infinito pero estrecho firmamento. Caminaba firme, con decisión y tan sólo pendiente de lo que había a mi alrededor. Habían pasado diez minutos y seguía andando por la calle sin ni siquiera saber si mis zapatillas estaban limpias, porque la verdad es que últimamente, era lo único que veía al andar.
Al poco tiempo, todo había cambiado y ya no moría por tus besos. El olvido nos atacó, y seguramente la distancia hizo el resto. Nuestros caminos se alejaron quedando unidos tan sólo por un estrecho sendero. Quizá indicaba que todavía pensabas en mi, o quizá que en mis sueños a veces te veía venir, pero nuestro orgullo, impidió que nuestro ave fénix pudiera de sus cenizas resurgir quedando atrapado en el recuerdo que siempre llevaré junto a mi.
