
En él, aparecía una princesa, la cuál al caer la noche y quedarse todo sumergido en la oscuridad, podía mezclar sus sueños con la vida real. Todo el mundo la conocía como la princesa de la oscuridad. Yo iba caminando pensativo como de costumbre cuando, sin previo aviso, se paró ante mi, me miró con esa mirada hechizante que sólo ella sabe poner y quedé cómplice de su juego prohibido. Mi cuerpo no respondía, tan sólo obedecía las órdenes que esa hipnotizante mirada le mandaba, había hecho de mí una marioneta de sus más ardientes deseos. Las horas pasaron volando a su lado y cuando me quise dar cuenta había desaparecido entre la penumbra dejándome tan sólo el recuerdo de sus dulces labios y sus cálidos abrazos.
Antes de abrir los ojos y despertar de aquel maravilloso sueño noté cómo en el aire todavía se podía palpar el sudor de nuestros deseos y cómo en mi habitación todavía se respiraba el olor de aquel perfume con esencia a trozo de cielo. Pero sin lugar a dudas, lo más extraño, fue que sobre mi mesita había aparecido una de las pulseras negras que aquella princesa llevaba en su brazo.
¿Acaso no fue un sueño...?, y si no lo fue... ¿dónde estás princesa de la oscuridad...?
Si fue un sueño... tan sólo te pido que me hagas prisionero de tu oscuridad porque... no quiero volver a despertar...