
Voy vagando por un extenso desierto. Cada segundo, el calor hace mella en mi garganta que pide a gritos un trago de agua, pero aquí tan sólo hay arena. Algunas veces creo ver enormes manantiales que hacen brotar en mi corazón una mínima esperanza de supervivencia, pero cuando me acerco para saciar esta enorme ausencia, desaparecen de golpe.
Mi cabeza cada vez está más confusa y, a veces, me parece que estoy andando en círculos. Mis pies temblorosos, a penas pueden continuar con el abismal esfuerzo de sostener mi cuerpo. Mi cara languidece continuamente desgarrando de mi rostro una absurda sonrisa al pensar que desde los cielos tú me miras. Quizá seas el único apoyo que me da fuerzas para resistir el día a día, o quizá mis neuronas, bañadas en un mar de sufrimiento, buscan la felicidad en aquellos preciosos recuerdos... tú y yo, a solas, en la playa, sin nadie que mirara, saciando nuestros fogosos deseos, creyendo que cada amanecer era perfecto y cada anochecer una excusa para comernos a besos…
Pero tan sólo son eso… sueños. Sigo sin encontrar mi rumbo y sin centrarme en la búsqueda de mi camino, quizá porque mi razón ya está muerta y yo sin ella no tengo sentido. Inexplicable buscar sentido a una vida, en la que cada segundo, sin poder olvidarte, muero por los besos que jamás podré darte.
La única vacuna para este sufrimiento es la creencia de que me esperas impaciente en la otra vida, porque si no… que alguien me explique si existe algún sentido en esperar agónicamente sin saber que se juntarán nuestros destinos.